La devolución de Rosina es un texto escrito por ella y publicado en “El Periodico” el miércoles 31 de agosto de 2011 que aquí reproducimos.

Memorias de La Perla

Tal vez estas líneas no interesen a nadie.

Tal vez estas líneas no interesen a nadie. Tratan sobre ese tipo de acontecimientos únicos e intransferibles pero que pueden cambiar nuestra imagen del mundo. Muy cerca de la ciudad de Córdoba, sobre la autopista que une la capital provincial con Villa Carlos Paz, se encuentra La Perla, uno de los muchos centros clandestinos de detención durante la época de la dictadura en Argentina. Sus instalaciones están sobre una loma. Son unos cuantos edificios de ladrillo, muy feos y sin gracia arquitectónica. En la dimensión argentina de lo que es grande, este hermoso nombre perteneció a una base militar que abarcaba muchísimos kilómetros y donde se torturó a 2 mil 500 personas. “Yo no sabía a dónde iba” fue, tal vez, lo más honesto que pude expresar y lo más cercano a la experiencia de quienes desaparecieron en La Perla.

Cuando se recibe una invitación a participar en un proyecto de arte, de manera invariable se piensa en exposiciones de objetos y actividades obvias. Pero esta era una residencia. Es decir, un espacio donde no hay obras, ni glamour, ni competencias. Aquí las personas se permiten hablar: vivir y conversar son actos conectados. Se trata de esa combinación entre arte y antropología donde el ser humano es, nuevamente, el centro de toda atención. Llegué a finales de julio en medio del frío invernal, de esos que hacen añorar el trópico cada tres minutos. La Perla era el gran tema. El 24 de marzo de 2007, el gobierno nacional cedió el terreno para transformarlo en un espacio para la memoria, gestionado por organizaciones de derechos humanos y culturales. De acuerdo a eso, la memoria fue el tema central además de un asunto problemático. Estamos acostumbrados a pensarla como algo que sirve para descubrir cosas, y más bien resulta sirviendo para encubrirlas. Todo eso hay que desmantelarlo, hay que trabajar mucho para que su significado no desaparezca en la simple repetición de los hechos. Es tan fácil transformar la memoria en un monumento de piedra, rígido, inamovible, institucionalizado.

En el edificio conocido como “La Cuadra” pasaron cosas terribles. En medio del gran silencio y el vacío, es fácil imaginar ahí una doble fila de colchonetas con cuerpos encapuchados o vendados. También personas que amasan migajas de pan para convertirlas en piezas de ajedrez. Los cuatro grados bajo cero de esos días cobraron efectos. Me devolvieron al trópico, para pensar en la frialdad de mi propio país. La memoria no sirve de nada si no se aplica a lo cercano, si no se le hurga, buscando mecanismos para romper sus propios circuitos. ¿A qué nos referimos cuando decimos memoria en Guatemala? Por ejemplo, ¿qué significa 12 mil 60 años de prisión con­tra cada uno de los sindicados por las masacres en Las Dos Erres? Tal vez para muchos estos apuntes no signifiquen nada. Pero, desde hace días, los tenía clavados como espinas en la garganta y tenía que decirlo.