Desde el primer encuentro me sentí interpelada por dos palabras: “ausencia” y “presencia”. No sólo en relación a lo que pudiéramos hacer en La Perla sino también en relación a lo que cada uno pudiera vivir y a lo que sucediera entre nosotros.

Unos días antes de comenzar la residencia tuve un ac­cidente que me obligó, primero, a no caminar durante un tiempo y, luego, a caminar mucho más lento de lo ha­bitual y a soportar con dificultad el peso de mi propio cuerpo.

Un accidente sin consecuencias pero que, a mi modo de ver, se presentó como una experiencia. La experien­cia de la imposibilidad, de la no planificación, de la pa­ciencia.

Eso ha marcado lo que yo llamo “mi residencia”. Una re­sidencia bastante atípica porque no he residido en La Perla.

Me desesperé un poco al principio. Me sostuvo pensar lo que las amigas de D/C plantearon desde el principio: lo que pasa es lo que pasa, saber estar en eso, saber estar siendo en las circunstancias que se presenten, eso era parte de la propuesta.

Y así, aunque no pude asistir a La Perla, aunque la falta de acceso a la red me mantuvo lejos de las comunicacio­nes que se iban cruzando, el espacio en el que yo no podía estar se fue haciendo presente. En mi cotidiano. Un cotidiano así de extranjero, sin poder trabajar, sin mo­verme mucho, aprendiendo a pedir ayuda para cosas de todos los días (un café, una silla, un sostén para caminar).

Se fue haciendo presente ese espacio. De un modo ex­traño. De un modo propio de alguien que “no puede ir”.

Empecé a preguntarme qué podía hacer yo en relación a La Perla. La experiencia era “estar ahí” y eso era jus­tamente lo que yo no podía hacer. Aunque todos los días pensara en el espacio, en los compañeros, en todas las cosas que me estaba perdiendo. Aunque pensara que mi propuesta (estar en contacto con la gente que trabaja en el lugar, trabajando con las palabras, con lo que se dice y lo que se calla) ya no podía llevarse a cabo.

Cuando volví a tener acceso a la red, no pude romper el silencio. Leía lo que los compañeros escribían pero no podía escribir yo. Aunque solo fuera para decir: “estoy aquí y los leo”.

Hubo un día en que me llevaron a tomar un café a una confitería con wifi. Había una computadora, la pedí, entré a la red. Justo ese día Gabriela Halac nos había escrito a todos pidiéndonos que dijéramos algo sobre una frase que había encontrado en La Perla. Contesté enseguida. Escribí un párrafo y al apretar “enviar”, la red se cayó. Esperé, volví a abrir mi casilla, traté de recuperar en mi memoria lo que había escrito y otra vez quise enviar el mail. Al apretar el botón, otra vez la red se fue. Me quedé llena de silencios, llena de preguntas sobre qué era lo que podía hacer con mi residencia.

Unos días después sentí que mi posición era la de un testigo ausente. Alguien que debería poder dar una pa­labra sobre algo que no presenció, que no experimentó.

Y me dije que no era posible. O que no iba a sentirme

cómoda ahí, con palabras que no hubieran surgido de “la cosa”. Y me dije que lo que podía hacer era trabajar sobre las palabras de los que sí estuvieron. Pero no sobre las palabras que podían aparecer en la síntesis de cada uno sino sobre las palabras a las que yo había accedido desde ese silencio en el que estuve y, creo, todavía estoy. Las palabras que aparecieron en los mails.

Inicialmente, mi idea era trabajar sobre aquellas pala­bras que aparecieran con una cierta frecuencia en lo que pudiera charlar con las personas que trabajan en La Perla. Aquellas palabras que se fueran repitiendo de una a otra voz, no necesariamente las mismas sino pa­labras que pertenecieran a una misma “familia”, a una familia construida por sus significados. Y hacer un lis­tado de esas palabras, las que fueran. Y escribir desde allí. No sobre eso sino DESDE eso. Me interesaba traba­jar en torno a la idea de ausencias y presencias. Pero quería llegar a La Perla sin demasiados condicionantes previos, tratando de ver si ese par (ausencia/presencia) aparecía o no en las voces que iba a escuchar.

Ahora, quebradura de pie y otras quebraduras internas de por medio, he decidido trabajar con las voces escri­tas de mis compañeros buscando aquellas palabras (o frases, o enlaces) que me produjeran cierta inquietud. Inquietud digo no en el sentido de curiosidad sino de temblor, de extrañeza, de algo agitándose adentro. Y desde esa inquietud, escribir. Y eso hago.

Para mí es importante volver a rescatar la extraordinaria entrega y apertura que tuvo el equipo de demolición /construcción, en todo momento. La certeza de sentir la confianza en el camino que cada uno recorriera, real­mente permite un espacio de creación radicalmente di­ferente, a nivel artístico y a nivel humano.

Eugenia Almeida